LA SOCIEDAD LUNAR BIRMINGHENSE: LOS ABUELOS DE CHARLES DARWIN Y EL ILUMINISMO INDUSTRIAL A 200 km DE LONDRES
Encontré en mi disco externo esto que escribí hace más de cinco años para el seminario de Historia de la Ciencia y la Tecnología de la Maestría en Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Nacional de Río Negro, a cargo de Diego Hurtado. Espero que les guste.
Transcurrido
entre la Revolución Científica (siglos XVI y XVII) y la Revolución Industrial
(siglo XVIII y principios del XIX), el siglo XVIII es clave para entender el
surgimiento y consolidación del capitalismo moderno, corolario histórico de esas
dos revoluciones.
El XVIII es
también llamado el Siglo de las Academias (McClellan III, 2008, p. 91), no
porque antes no las hubiera, sino porque es durante este periodo temporal que
las academias y sociedades científicas se difunden por toda Europa, incluso en
América. Muchos miembros de esas asociaciones, filósofos, técnicos y artesanos,
jugaron un rol destacado en la revolución industrial.
Durante este
siglo, las más importantes sociedades y academias continuaron siendo la Royal Society of London (1662), la Académie Royale des Sciences de
París (1666) y la Societas Scientarium de Prusia (fundada
por Leibniz en 1700) (McClellan III,
2008, p. 89), pero en el transcurso del mismo surgieron otras, menos conocidas
y alejadas de las capitales, la mayoría de las cuales copiaron el formato de
las mencionadas sociedades metropolitanas. Unas pocas, en cambio, fueron verdaderamente
originales, en varios aspectos (Shapin, 1972).
En este trabajo me
enfocaré en una de estas sociedades verdaderamente originales, la Sociedad Lunar
de Birmingham (región de Midland, Inglaterra), prestando mayor atención a la
actuación de dos de sus más destacados miembros: los abuelos de Charles Darwin,
Erasmus Darwin y Josiah Wedgwood, figuras arquetípicas del llamado «iluminismo industrial» británico (Mokyr, 2005, p. 24). Sobre todo el
segundo, el menos conocido de los abuelos de Charles (y abuelo también de su
esposa Emma Wedgwood), es, junto con James Watt (1736-1819), uno de los
principales representantes de la revolución industrial (McClellan III, 2008, p.
105).
Organicé el trabajo
de la siguiente forma. En primer lugar, analizo el contexto intelectual en el
que surgieron asociaciones como la Sociedad Lunar birminghense. En segundo
lugar, relato los orígenes de esta sociedad, y doy las que, a mi entender, son sus
rasgos distintivos. En tercer lugar, doy una lista de sus miembros más
destacados, para, en cuarto lugar, detenerme en dos de ellos, los abuelos de
Darwin, Josiah y Erasmus. Como conclusión, discuto muy brevemente el rol que
estas sociedades, particularmente la Sociedad Lunar, habrían jugado en la
revolución industrial.
El contexto
El filósofo e
historiador de la ciencia norteamericano Thomas Kuhn (1922-1996) llamó Ciencias
Baconianas a los conocimientos susceptibles de seguir el programa trazado por el
filósofo inglés Francis Bacon (1561-1626), muchos de ellos asociados a la actividad
de artesanos e ingenieros inventores (Hurtado de Mendoza, 2003). Varias de
estas ciencias, como la química, el
magnetismo, la electricidad y la metalurgia, emergieron durante el renacimiento
por fuera de las universidades, y no existían como ciencias oficiales antes de
ese periodo (Hurtado de Mendoza, op. cit.). Justamente, es éste el tipo de
conocimiento que va a construirse en las sociedades del siglo XVIII, entre
ellas la Sociedad Lunar de Birmingham.
La idea de Bacon
era someter a la naturaleza por medio de la ciencia (Mokyr, 2005), lo que en el siglo XVIII va a
comenzar a materializarse. En efecto, las aplicaciones con este propósito ocuparon
un lugar central en la producción de saberes durante este periodo (Pestre,
2005, p. 33); varios inventos e innovaciones transcendentales fueron realizados
por miembros de la Sociedad Lunar. Por supuesto, esos nuevos conocimientos
aplicados no hubieran sido posibles sin el surgimiento de nuevas
organizaciones. El historiador norteamericano James McClellan III, del Stevens Institute of Technology de New
Jersey, piensa que hubo una «revolución organizacional» que acompañó a los
cambios intelectuales vividos en los siglos XVI y XVII (McClellan III, 2008). Como
iremos viendo, la Sociedad Lunar siempre estuvo un poco al margen (o en los
bordes) de dicha revolución.
Las antiguas academias renacentistas del estilo de la Accademia dei Lincei y del Cimento estaban basadas en el apoyo
de nobles amateurs (McClellan III,
2008, p. 88). Las nuevas asociaciones de la revolución organizacional eran
oficiales y soportadas desde el Estado. Recíprocamente, cumplían ciertas
funciones oficiales. Específicamente, la Royal
Society of London asesoraba al gobierno sobre construcciones y otros
asuntos públicos (McClellan III, 2008). La Sociedad Lunar parece haber tenido
un carácter menos oficial, aunque varios de sus miembros participaron efectivamente
en proyectos gubernamentales.
En general, las sociedades tuvieron un carácter menos formal que las
academias: tenían un sistema de membresías menos estructurado, y contaban con poco
o nulo soporte del gobierno (McClellan III, 2008, p. 92). Academias y
sociedades fueron modeladas según diferentes esferas culturales: el modelo sociedad
fue construido en sociedades marítimas, protestantes, relativamente más
democráticas; la academia en cambio es típica de la Europa continental,
católica y de regímenes relativamente más autoritarios. La Sociedad Lunar, en
tanto sociedad, se ubica en el extremo de la informalidad organizacional.
Diego Hurtado de Mendoza (2003) comenta que otro fenómeno del siglo
XVIII fue el surgimiento de sociedades híbridas, como la Royal Society of Edinburgh, las cuales tenían secciones literarias
y científicas. Este no parece haber sido el caso de la Sociedad Lunar.
La Sociedad Lunar
Como vine diciendo, la Sociedad Lunar se diferenció de otras sociedades
literarias y filosóficas de la época (Schofield, 1966, p.144): se reunían una
vez por mes, cada luna llena (de ahí su nombre), en las casas de sus miembros. Era
una asociación privada (McClellan III, 2008., p. 91), una especie de club de
ciencias más que una asociación científica formal. Como dije, estuvo siempre un
poco al margen de esa revolución organizacional de la que habló McClellan III.
Sus miembros nunca superaron en número a un equipo de futbol. A las
reuniones de la Sociedad Lunar nunca asistían todos, y siempre eran pocos, aun
sumando los asistentes invitados (hasta uno por miembro) (Bolton, 1892, p.
195). Sin embargo, todos se destacaron, por alguna u otra razón. El historiador
de la ciencia norteamericano Robert E. Schofield (1923-2011) reconoce como
mucho 14 miembros estables, 11 de los cuales fueron además miembros de la Royal Society of London. De estos
últimos, solo un 20% aportó alguna vez un artículo a la Philosophical Transactions (el journal
de la Royal Society) pero todos los
11 publicaron al menos una nota, en ese u otro medio (Schofield, 1966, p. 145).
La Sociedad Lunar no tenía una constitución, un estatuto, reglas, ni
registros oficiales. Menos aún una publicación o journal, característica
novedosa que trajo la revolución organizacional (McClellan III, 2008, p. 90)
(esta es una de las razones por las cuales ubico a la Sociedad Lunar un poco al
margen de dicha revolución). En el Birmingham
Gazette, que habitualmente publicaba noticias de los clubes, bibliotecas, y
otras instituciones de la ciudad, no hay referencias directas a la actividad de
la Sociedad Lunar (Schofield, 1966, p.145), lo que es llamativo, teniendo en
cuenta el carácter público que sus miembros pretendían para el conocimiento
filosófico. Solo en la autobiografía del químico Joseph Priestley (1733-1804) se
menciona la Sociedad Lunar. Todo lo que se sabe de ella es a través de cartas
de sus miembros; hubo, posiblemente, un pacto de silencio sobre su existencia hasta
al menos 1840 (Schofield, 1966).
La historia de la Sociedad Lunar comienza a escribirse en 1765 con la
llegada a Birmingham de William Small (1734-1775) con una carta de presentación
de Benjamin Franklin a Matthew Boulton (Schofield, 1966, p. 146). El grupo se
conformó rápidamente ese año, un poco por accidente (Schofield, 1966, p. 149). Varios
de sus miembros fundadores (Small, Boulton, y Erasmus Darwin) ya se conocían, por
haber trabajado en un proyecto de un canal de navegación a pedido del gobierno
(Schofield, 1966, p. 147). Luego de la muerte de Small, en 1775, la sociedad adquirió
un status más formal; recién entonces
comenzaron las reuniones regulares, los días de plenilunio. Este periodo fue
breve, duró no más de un año. Luego las reuniones se volvieron esporádicas (Schofield,
1966, p. 153).
Las Sociedad Lunar vivió su época dorada luego de que Priestley se
radicara en Birmingham en 1780 (Schofield, 1966, p. 153). Nuevamente, y hasta 1790,
la Sociedad Lunar funcionó con cierta regularidad. Esto hasta que las
diferencias políticas de sus miembros hicieron que decayera (Bolton, 1892). ¿En
qué consistieron esas diferencias? Los registros históricos no son muy claros
al respecto. Para Robert Schofield hubo discrepancias con respecto a la
Revolución Francesa (Schofield, 1966, p.157). (Según parece, Priestley tenía
una opinión positiva de la misma.) Hacia 1791, según recoge el historiador
norteamericano, hubo levantamientos populares en Midlands y varios miembros de
la Sociedad Lunar fueron perseguidos, sospechados de ateos y partidarios de la Révolution. La gente ponía en las
puertas de las casas letreros con la leyenda «Aquí no viven
filósofos», como un modo de evitar destrozos mayores. Watt y Boulton llegaron a proveer
de armas a los trabajadores de su firma (Small, Boulton & Watt) para impedir
el asalto de las hordas antirrevolucionarias. La Sociedad Lunar nunca se
recuperó de los sucesos del 91. Por cierto, continuó sus reuniones al menos
hasta 1803[1],
pero ya nunca volvió a ser la de antes (Schofield, 1966, p. 157).
Principales lunarianos
La Sociedad Lunar estuvo integrada por gente con diferente perfil (fabricantes
de instrumentos, médicos, alfareros, filósofos naturales, profesores universitarios,
académicos, etc.) (Shapin, 2008, p. 163). Como dije, a diferencia de la Royal Society of London, hubo muy pocos amateurs entre sus miembros; todos se
destacaban, en mayor o menor medida, en alguna rama del saber.
La biógrafa británica Jenny Uglow (1947), selecciona cinco lunarianos principales, trazando una breve biografía de cada uno de ellos (Baker, 2003, p. 75 y ss):
1) Matthew Boulton (1728-1809). Industrial inglés. La firma Small, Boulton & Watt mejoró sustancialmente la máquina de vapor, extendiéndola a actividad industrial, la minería etc.
2) James Watt (1736-1819). Diseñador industrial escocés, afincado en Birmingham en 1774. Antes había sido un miembro no residente de la Sociedad Lunar (Schofield, 1966, p. 145). Junto con Boulton, perfeccionó la máquina de vapor. Fue el acuñador de «caballo de fuerza» en 1783. Fue admitido en la Royal Society of London no por sus contribuciones ingenieriles o aplicadas sino por sus aportes a la filosofía natural (McClellan III, 2008, p. 100).
3) Joseph Priestley (1733-1804). Químico. Descubrió diez nuevos gases (o «aires»), entre ellos, co-descubrió el oxígeno en 1774, dando un golpe de gracia a la teoría del flogisto. Sin embargo, no fue capaz de apreciar inmediatamente la real magnitud de su descubrimiento, lo que sí hicieron los franceses, con Lavoisier a la cabeza (Bolton, 1892; Shapin, 2008, p. 164). Refiriéndose a la (entonces) universalmente aceptada teoría de la combustión, Priestley afirmó no conocer a nadie, excepto sus amigos de la Sociedad Lunar, que adhiriera a la rival teoría del flogisto (Bolton, 1892, p. 216).
4) Josiah Wedgwood (1730-1795). Alfarero y Filósofo Natural. Hizo aportes a la geología, la mineralogía y la química.
5) Erasmus Darwin (1731-1802). Médico y Filósofo natural. Atendía en Lichfield.
De estos dos últimos me explayaré más adelante.
Si bien Uglow no lo considera como un miembro regular, Benjamin Franklin
(1706-1790), tuvo un rol destacado en la vida de la Sociedad Lunar. (Al no
haber una política de membresías como sí la hubo en la Royal Society of London (Stearns, 1948), me permitiré aquí
considerar al inventor del pararrayos como un miembro más de nuestra Sociedad
Lunar.)
Franklin, algo mayor que el resto de los lunarianos, había estado en
Birmingham en 1758 (regresó en 1771), visitando fábricas y reuniéndose con
gente del circulo de Midland (Bolton, 1892). Como vimos, la historia de la
Sociedad Lunar había comenzado en 1765 con la llegada a Birmingham de William
Small portando una carta de presentación de Benjamin Franklin: tal era la
influencia del de Filadelfia.
Franklin tenía
una idea del conocimiento abierto, al punto de nunca patentar ninguno de sus
inventos, ni siquiera su famoso pararrayos (Mokyr, 2005, p. 28)[2].
La American Philosophical Society (APS) for
Promoting Useful Knowledge (1768) fue la sociedad creada por Franklin en
Filadelfia, casi en simultáneo con la Sociedad Lunar (McClellan III, 2008, p.
100).
Para el químico australiano Dave Sammut, Franklin encarna la tradición
leibniziana en el mundo angloparlante (Sammut, 2016, p. 77). Al parecer, hacia
1700 los escritos de Gottfried Leibniz eran ignorados en Gran Bretaña, y las
figuras de Isaac Newton y John Locke eran las que prevalecían en ciencia y
gobierno. Los esfuerzos de Franklin habrían estado orientados a restaurar la
autoridad de Leibniz en esas áreas. Coincidentemente, Jenny Uglow afirma que en
Gran Bretaña (donde era celebrado como en su Filadelfia
natal, Mokyr, 2005, p.28), Franklin fue una especie de operador de la causa leibniziana en territorio newtoniano. La
Sociedad Lunar habría jugado ese partido para el equipo de Leibniz (Sammut,
2016, p. 78).
El historiador norteamericano George Basalla (University of Delaware) habla
de tres fases de difusión del conocimiento científico desde Europa occidental
hacia el resto del mundo (Basalla, 1967). La primera es la de los viajeros o
científicos europeos investigando en suelo extranjero; la segunda corresponde a
la ciencia colonial, la de los científicos locales que abrevan y legitiman sus
trabajos en la metrópoli, buscando formar parte de las sociedades científicas
europeas; la tercera es la de los países desarrollados. Según esta mirada, Benjamin
Franklin coincide con la imagen del científico colonial (Basalla, 1967, p.
614). Muchas veces esos científicos coloniales se volvieron héroes nacionales,
como es justamente el caso de Franklin (Basalla, 1967, p., 614).
Los abuelos de Darwin
Así como la Royal Society of London jugó un rol fundamental
en la publicación de los Principia
Mathematica (1687) y en la difusión de la obra de Newton en general, la
Sociedad Lunar también contribuyó, si bien indirectamente, a la publicación de
un libro que compite con los Principia
en el ranking de los top five más importantes
de la historia de la ciencia: El Origen
de las Especies (1859)[3].
En efecto, los abuelos de Charles Darwin se conocieron e hicieron amistad en las
reuniones de la Sociedad Lunar. La hija mayor de Josiah (Susannah) se casó con un hijo
de Erasmus (Robert) en 1796; tuvieron un hijo en 1809, Charles, que se casó con
una hija de otro hijo de Josiah (Josiah Wedgwood II), mecenas de Coleridge y de
otros poetas. La fortuna de los Wedgwood hizo posible que Charles se dedicara a
la historia natural, sin estrecheces económicas.
La influencia de los Wedgwood en la vida de Charles Darwin fue tal que incluso
un hijo de Josiah (Josiah junior), su tío, fue quien convenció a su papá de que
le permitiera embarcarse en el HMS Beagle (Shapin, 1972, p.
316). Si la Sociedad Lunar no hubiese
existido, seguramente el autor de la Teoría de la Evolución por Selección
Natural no habría nacido. Más allá de lo anecdótico, ambos abuelos
contribuyeron en no poca medida a crear el clima intelectual que permitió que
la revolución biológica darwiniana tuviera lugar, ya en el siglo XIX.
Josiah Wedgwood (1730-1795) fue
cuarta generación de alfareros. Pero los Wedgwood además de alfareros eran
caballeros y filósofos (Shapin, 1972, p. 316). El
joven Josiah tuvo sólo una educación básica, pero siempre mostró un gran espíritu
para resolver problemas. De grande tuvo una fábrica, The Ivy House Works, en Burslem, Staffordshire. Creó estilos de lozas
y juegos de té que se hicieron famosos en toda Europa. Desarrolló un método
para la producción en masa de esas lozas, manteniendo los hornos a altísimas
temperaturas; para ello inventó en 1872 un termómetro especial: el pirómetro (Schofield,
1966, p. 152).
En general, los artesanos y
manufactureros no eran incorporados a las asociaciones científicas por su
conocimiento técnico o aportes innovativos sino por alguna contribución a la
historia natural (como vimos que fue el caso de Watt). Esta es al menos la
tesis de McClellan III (2008). Sin embargo, tal como el mismo historiador
norteamericano reconoce, el caso de Josiah parece haber sido atípico. En efecto, el trabajo
que lo hizo fellow de la Royal Society of London en 1783, y que
fuera publicado en 1782 en las Philosophical
Transactions, lleva por título «An attempt to make a thermometer for measuring the
higher degrees of heat, from a read heat up to the strongest that vessels made
of clay can support» (McClellan III, 2008,
p. 105; Sammut, 2016, p. 22).
Erasmus Darwin
Erasmus Darwin (1731-1802) era médico de profesión y atendía su
consultorio en Lichfield, a unos 10km de Birmingham. Iba poco a las reuniones;
aun así, Henry Bolton, químico norteamericano y biógrafo de Priestley, lo considera
«el Patriarca» de la Sociedad Lunar (Bolton,
1892, p. 199).
El abuelo Erasmus era además un filósofo natural, a diferencia de otros
lunarianos que eran industriales e inventores (Shapin, 2008, p. 176). (Todavía
en 1800, Erasmus protestaba que la
agricultura y la jardinería había permanecido solo como arte, sin una verdadera
teoría que las conectara, Mokyr, 2005, p. 24) Sin embargo, para no
ser menos que sus consocios, Erasmus llegó a inventar una máquina de hablar que
decía «papá» y «mamá» bastante bien (Bolton, 1892, p. 209). Boulton, que al parecer había
sido en el pasado objeto de cargadas de Erasmus, prometió pagarle mil libras si
lograba, en el plazo de un año, fabricar una máquina que dijera el credo y los diez
mandamientos (Bolton, 1892, p. 3).
Con sentido del
humor inglés, Erasmus llamaba, «lunáticos» a los integrantes de la Sociedad Lunar (incluido
él). «Lunático” es un término acuñado por el
médico suizo renacentista Paracelso para referirse a aquellos cuya enfermedad
se originaba en la luna, y cuyas fases dependían de las fases del satélite. Hoy
(y suponemos que también en tiempos de Erasmus) lunático se usa con un sentido
bien distinto: el de locura temporal.
Erasmus Darwin
era toda una personalidad. Samuel Coleridge (1772-1834), el gran poeta inglés
(protegido de los Wedgwood), lo elogió como la mentalidad más original de su
tiempo, pero a la vez creó el término «darwinisear» como
antítesis de la sobria investigación científica (Krause, 1880, p. 135; Packard,
1901, p. 217). Sus colegas médicos le recriminaban ser un filósofo, los
filósofos ser un poeta, y los poetas ser un científico, un científico lunático
y darwiniseador (Krause, 1880, p. 135). De la discusión de sus obras con Percy
y Mary Shelley, nacerá Frankenstein,
inspirada posiblemente en su propia figura (King-Hele, 1963, p. 143).
Los libros de biología suelen
presentar a Erasmus como un antecedente de la Teoría de la Evolución. Es
posible: en su largo poema El Jardín Botánico
(publicado en dos partes en 1789 y 1791) el abuelo de Charles llegó a afirmar
que los órganos rudimentarios demostraban la evolución. Sin embargo, en la
primera edición de El Origen de las Especies
(1859), su nieto no lo hace figurar como un antecedente (no, al menos, como un
antecedente positivo), sino que apenas lo nombra como la persona que anticipó
las «ideas equivocadas» de Jean Baptiste Lamarck. Recién en 1879, Charles Darwin
escribirá una biografía de su abuelo paterno, en forma de prefacio al ensayo
sobre Erasmus de Ernst Krause (un largo prefacio… más largo que el propio
ensayo). Hay quienes ven en esta contribución un tardío intento por exonerar la
figura de su antepasado, figura que él mismo se había encargado de enterrar
(King-Hele, 1963, p. 84; Salgado y Arcucci, 2016).
Discusión y conclusiones
El historiador
económico Joel Mokyr (1954) ha denominado «iluminismo
industrial» a un movimiento cultural caracterizado
por la racionalidad, el progreso, y el crecimiento económico a través del
conocimiento (Mokyr, 2005). La clave para comprender la revolución industrial
se encuentran en este movimiento, más que en la revolución científica del siglo
XVII. Allí hay que buscar las raíces intelectuales de la revolución industrial.
James McClellan III coincide en que la revolución industrial se desarrolló
sin un input significativo de las
academias y universidades (McClellan III, 2008, p. 105). Ese
rol lo habrían cumplido las sociedades del iluminismo industrial. Estas últimas
atendían problemas prácticos, más que grandes teorías como las que habían
animado el siglo anterior. Esas sociedades contribuyeron, al menos en Inglaterra, a
que la ciencia se difunda entre los artesanos y emprendedores, precisamente
aquellos que protagonizaron la revolución industrial (McClellan III, 2008, p. 104).
Una de estas sociedades fue la
Sociedad Lunar de Birmingham, donde emprendedores e ingenieros se reunieron,
por 25 años, con filósofos y médicos. La Sociedad Lunar no fue una sociedad más.
Ciertamente, fue menos formal que otras del periodo del iluminismo industrial,
pero sus miembros sobresalieron en alguna rama del saber, y todos
contribuyeron, en mayor o menor medida, a sembrar el terreno de la revolución
industrial.
Mokyr (2005) hace
una diferencia entre conocimiento propositivo (ciencia pura o básica) y
prescriptivo (conocimiento técnico), y considera que en esa época (siglo XVIII)
hubo un feedback del prescriptivo
hacia el propositivo (Mokyr, op. cit.,
pp. 39-40). En la Sociedad Lunar esto se ve con claridad. El alfarero Josiah
Wedgwood mantuvo una relación estrecha con el químico James Keir (1735-1820).
Keir aconsejaba a Wedgwood aportando conocimiento propositivo, en tanto que
Wedgwood transfería a Keir conocimiento prescriptivo, proveyendo tubos y
resortes que el químico usaba en su laboratorio cercano a Birmingham. Estos instrumentos
medían tiempo, distancia, peso, presión, temperatura etc. En efecto, una de las
formas de feedback planteadas por
Mokyr es el ajuste, o la idea de que esos instrumentos confirmaban o
refutaban las teorías o el conocimiento proposicional. Al respecto, Josiah
Wedgwood pensaba que sus experimentos en alfarería ponían a prueba las teorías
de su amigo y consocio lunariano Joseph Priestley (Mokyr, 2005, p. 41). En
cambio Erasmus, compadre de Josiah, se movió siempre más en el terreno del
conocimiento propositivo.
En la Sociedad
Lunar, los abuelos de Charles Darwin unieron los dos mundos, el tecnológico y
el de la Filosofía Natural. Fueron pilares de una misma revolución industrial. Revolución
que permitió al capitalismo, ya en el siglo XIX, consolidarse y expandirse en
todo el mundo. Pero esta es otra historia.
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King-Hele, D. (1963). Erasmus Darwin. New York: Charles Scribner's Sons.
[1]
Incluso hoy, en Birmingham, existe una Sociedad Lunar que se presenta como la
continuación de su homónima del siglo XVIII. https://www.lunarsociety.org.uk/
[3] https://www.vix.com/es/btg/curiosidades/4017/los-5-libros-mas-importantes-de-la-historia-de-la-ciencia
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